dijous, 6 de novembre del 2014

Literatura i gastronomia. Ramon Barnils, "fresones con nata"

Hoy he tomado para postre fresones con nata. En el comedor de siempre, con las personas habituales. Y ese no es modo.
Los fresones con nata habría que tomarlos a media tarde. En un pueblo de no muchos habitantes, pero tampoco pocos. Un pueblo que pueda permitirse el lujo de un cura viejo, ni preconciliar ni postconciliar, sino todo lo contrario. Un cura ya en los sesenta años, corpulento y perfectamente comido, con sotana de botones de la barbilla hasta los pies. Una sotana confortable porque la muy astuta se cierra con cremallera, los treinta y tres botones son de adorno.
Un cura con una casa rectoral mitad masía, con un patio-jardín-huerto. Delante de la gran puerta de la casa, un enorme nogal con una mesa redonda, de piedra, y sillones que hay que sacar de la casa cada vez, y una mecedora para la anciana madre del párroco, que viene a pasar unos días de vez en cuando.
Un sacerdote con esa clase de parroquia, esa clase de rectoría y una sobrina rolliza, con hoyitos en las mejillas rojas y unos ojos que se comen lo que ven. La sobrina le hace de majordona porque prefiere vivir enese pueblo que en la perdida masía , allá en la alta Garrotxa. Sin embargo tuvo que aprender a cocinar pero que muy bien antes de que su tío se la quedara definitivamente.
Los fresones con nata habría que tomarlos a media tarde, bajo ese nogal, sentado en uno de esos sillones, invitado por el párroco, servido por la sobrina, vestido con un traje nu nuevo ni viejo, zapatos recién lustrados y ya con algo de polvo. Hablando con pausa y discreción como el párroco, mirando a la sobrina con su misma mirada. El cura, que conoce al género humano, ni por una sola vez habla del santo sacramento del matrimonio, aunque haya pensado en ello, sin embargo sin melancolía.
Debería, luego de comidos los fresones con nata, retirarse el párroco unos minutos y quedar a solas con la sobrina. A la vuelta del tío, la sobrina, con los ojos más brillantes y la carne más firme, recoge la mesa y se retira. Uno se levanta y a la mirada completamente indiferente del tío contesta con una mirada inútilmente insolente y burlona. El cura dice adiós en el portal del huerto.
Hay que ser muy rico, riquísimo de todo para poder concederse unos fresones con nata como ésos.
Ramon Barnils
Tele/exprés, 7 de maig de 1973

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